“La noche de los bastones largos”, ocurrida el 29 de julio de 1966, hace ya cincuenta y seis años, constituyó en la historia argentina uno de esos momentos oscuros de nuestra historia como sociedad. En esa fecha, la intervención a la Universidad decretada por el gobierno militar de Juan Carlos Onganía produjo la suspensión abrupta de un camino de excelencia y luminosidad en la ciencia y la cultura que nunca se volvió a recuperar en la Argentina hasta ésta última década. Después de aquel desgraciado atropello hubo otras noches, incluso algunas mucho más sangrientas y brutales, como “la de los lápices” o la de los incontables secuestros que derivaron durante la última dictadura en las desapariciones de miles de compañeros y compañeras.
En memoria de todos aquellos que hoy no están, sigamos luchando por una Universidad abierta e inclusiva.
Como resultado de la violenta intervención, 1.378 docentes renunciaron o se fueron del país exiliados; 301 emigraron (215 eran científicos y 86 investigadores en distintas áreas). De ese modo se inició la fuga de cerebros más importante hasta la fecha, junto con la supresión de los derechos adquiridos en la Reforma de 1918, como el cierre de los centros de estudiantes. La Reforma generada en Córdoba había significado el salto democratizante más importante de las Universidades Argentinas, con la participación estudiantil en el gobierno universitario, la elección por concurso de profesores (que hasta el momento eran vitalicios) y la definitiva enseñanza universitaria laica, que hasta el momento estaba sujeta a la Iglesia Católica.
El decreto de intervención de Onganía buscaba depurar las universidades nacionales que eran consideradas, por los sectores más conservadores, como el nido de la producción del conocimiento crítico y social relacionado además con los procesos de industrialización nacional. Los largos bastones golpearon tanto docentes y estudiantes de las facultades de Ciencias Exactas y Naturales y de Filosofía y Letras de la UBA, destruyeron instalaciones, laboratorios, bibliotecas, e incluso la primera computadora instalada en América Latina, Clementina.